Los
puritanos consideraban que su vida era una guerra, Cristo su
capitán, la oración y las lagrimas sus armas, la cruz su bandera y su
lema: “el que sufre conquista” (John Geree)
Los
puritanos ingleses del siglo diecisiete han sido tradicional e
injustamente ridiculizados como sectarios austeros, promotores de
la melancolía con su tediosa moralidad. A pesar de eso, en los
últimos años ha resurgido gran interés por sus escritos, y su influencia
se ha acrecentado—para bien entre el pueblo de Dios.
Muchos,
que hace poco solo conocían los estereotipos que sus prejuiciados
enemigos propagan, han descubierto con placer espiritual que estos
son mayormente, calumnias o tergiversaciones.
J. I
Packer en su libro “Buscando la Santidad: La Visión Puritana de la Vida
Cristiana” usa una analogía que explica porqué la influencia de
los puritanos ha resurgido. Packer habla de las gigantescas secuoyas
que crecen en el “Parque Nacional de las Secuoyas” en el norte
de California. Estos árboles—las criaturas vivientes mas grandes de
la tierra— crecen hasta 100 metros de alto y 9 de ancho, tienen
poco frondosidad para su tamaño y en muchos casos existen hace miles
de años, habiendo resistido tormentas, incendios y destrucción. Su tamaño
y resistencia es tan extraordinariamente imponente que hacen sentir a
cualquier su pequeñez. Hay una carretera de 33 millas de largo rodeada
de secuoyas llamada, apropiadamente, “La Avenida de los
Gigantes.” Packer dice, “Las secuoyas de California me hacen pensar
en los Puritanos de Inglaterra, otra raza de gigantes que
esta volviendo a ser apreciada en nuestros días…Entre los
años 1550 y 1700 ellos vivieron vidas sin alarde, en una
época en la que, hablando espiritualmente, lo único que contaba
era el crecimiento sólido y la resistencia al fuego y las tormentas (esta
fue época de crueles y en muchos casos, mortales persecuciones). Así
como las secuoyas atraen la mirada por su superioridad ante los
otros árboles, así, la madura santidad y el sazonado carácter de los
Puritanos se impone ante la mayoría de los cristianos de casi
cualquier época, incluyendo, por supuesto, la nuestra, en la cual los
cristianos muchas veces se sienten y lucen como hormigas en una
hormiguero.”
“El
puritanismo,” dice Packer, “fue el corazón de un movimiento espiritual,
apasionadamente centrado en Dios y en la piedad. Comenzó
en Inglaterra con William Tyndale, el traductor de la Biblia y
contemporáneo de Lutero (un siglo antes de que se usara el término
‘puritano’), y continuo hasta finales del siglo diecisiete, décadas
después de que la palabra ‘puritano’ dejara de usarse…el puritanismo
fue esencialmente un movimiento de purificación de la iglesia, de
renovación pastoral, de evangelismo, de avivamiento espiritual,
y además—como un expresión de su celo por el honor de Dios—fue una
forma de concebir al mundo, una teología bíblica y completa de
la vida Cristiana.”
Packer
declara que la razón por la que los cristianos contemporáneos necesitamos
a los puritanos se responde con una palabra: madurez.
Y ante
la pregunta, ¿Cómo pueden los puritanos ayudarnos a alcanzar esa madurez
que ellos tenían y nosotros necesitamos? él responde señalando seis
áreas de su vida y su doctrina.
1. La
integración de sus vidas diarias. Su
vida era toda de una pieza, sin hacer
distinción
entre lo sagrado y lo secular. Todo
lo integraban con el propósito
único
de honrar a Dios, apreciando su creación
y haciendo todo “santidad al
Señor.”
En su ardor por lo celestial y lo eterno,
sin embargo, eran hombres y
mujeres
de orden, realismo, oración, propósito
y sentido práctico.
2. La
calidad de su experiencia espiritual
En su
comunión con Dios, Jesucristo era central
y la Biblia suprema. Sabiendo
que
Dios llega al corazón por la mente, meditaban
racional y sistemáticamente
todas
las verdades bíblicas, la cuales aplicaban
a vidas, examinando y
desafiando
sus almas para estimularse a aborrecer
el pecado, amar la santidad y
fortalecerse
con las promesas de Dios.
Esta
apasionada, racional y resuelta piedad
era conciente pero no obsesiva,
guiada
por la ley de Dios más no legalista,
y expresiva de la libertad
cristiana
pero sin caer en el libertinaje.
Sabían
que la Escritura es la regla invariable
de santidad, y no permitían
que se
les olvidara.
3. Su
pasión por la acción efectiva
Ellos
no eran ‘soñadores,’ ni tenían tiempo
para la pasividad del ocioso o el
inactivo
que deja que otros cambien el mundo.
Eran hombres dotados y de
acción,
que oraban fervientemente para que
Dios les permitiera usar sus dones,
no
para exhibirse sino para la gloria de Dios.
4. Su
programa para la estabilidad familiar
Al
casarse no buscaban alguien a quien amaran
apasionadamente en ese
momento,
sino a alguien a quien pudiesen
amar permanentemente como
la
mejor compañía para el resto de sus vidas.
Instruían a sus hijos en el camino
que
habrían de seguir, cuidaban de sus cuerpos
tanto como de sus almas, y los
educaban
para una vida adulta sobria piadosa
y socialmente útil. En sus
hogares
mantenían el orden, la cortesía y la
adoración familiar, y era allí el primer
lugar
donde practicaban el evangelismo y el
discipulado.
5. Su
sentido de la dignidad humana
Ellos
sentían intensamente la maravilla de la
individualidad humana y la
apreciaban
fuertemente sabiendo que eran
criaturas de Dios, hechas para ser
sus
amigos. Eran muy conscientes del valor
del alma inmortal de cada alma
individual.
6. Su
ideal de renovación y purificación en la
iglesia
Ellos
usaban la palabra ‘reforma’ en lugar
de ‘renovación,’ pero al hacerlo no
se
referían solo a teología sino a la obra de la
gracia de Dios que santifica a los
santos,
convierte a los pecadores, ilumina
las escrituras, promueve la salud
y la
expectación espiritual, y transforma el
carácter proveyendo sabiduría,
estabilidad,
obediencia, humildad, gozo y
seguridad de la salvación a los
creyentes.
En cuanto a los ministros, su ideal
era que ejercieran su labor
predicar,
enseñar, y ser buenos ejemplos animados
por el poder del Espíritu de Dios.
Si los
cristianos modernos conociéramos y
tomáramos en serio los ideales puritanos,
se acrecentaría la esperanzade ver
una verdadera ‘reforma’ en nuestras
vidas, nuestros ministros, nuestras
iglesias y nuestras comunidades.